Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

sábado, 16 de enero de 2016

Velázquez era un artista

Fue enterarme del fallecimiento de Manolo Velázquez y abrírseme de par en par las puertas de la alacena de mi memoria e irme directamente al anaquel en el cual están guardados todos mis recuerdos de los años sesenta. Inmediatamente, me veo llegando al campo del Rayo Vallecano, en una mañana dominical y luminosa de septiembre, ilusionado por jugar en un barrio cuyos moradores, casi todos emigrados desde distintas regiones, no se concedían el menor respiro en animar a su equipo. Eran aficionados, todo hay que decirlo, que aprovechaban el fútbol para darle rienda suelta a sus problemas. Y a veces, tal vez muchas veces, encontraban el desahogo deseado.

En la temporada 62-63, el Rayo Vallecano era filial del Madrid y por tanto se nutría de jugadores de la 'cantera' merengue, tan mimada por Miguel Malbo.  Uno de ellos fue Velázquez. Éste, recién cumplidos los diecinueve años, fue llegar y besar el santo. Vamos, que los aficionados del Rayo se rindieron a su manera de concebir un fútbol que aún contaba con escasos intérpretes. MV jugaba con la cabeza erguida, por eso se decía que parecía tener ojos en el cogote; aunque, como mandan los cánones, a la hora de golpear el balón nunca dejaba de mirarlo. Tenía, además, el don tan celebrado de saber siempre donde estaban situados sus compañeros para elegir el mejor pase.

Jugaba MV, sin ser zurdo, en el costado izquierdo y desde esa posición desorientaba a sus marcadores con una elegancia que causaba admiración. Sus cambios de orientación, nunca por sistema, con la pierna derecha,  y sus penetraciones en diagonal hacia el marco contrario para en el momento preciso golpear el esférico con su pierna más buena, eran acciones tan sencillas como martirizadoras para quienes salían al campo con la misión concreta de anularlo.

Aquella mañana de septiembre de 1962, yo pertenecía a un equipo manchego, cuyo presidente, nuevo rico, había gastado lo suyo para hacerse con una plantilla de jugadores residentes en Madrid y capacitados para aspirar al ascenso de Segunda División A. Era Humarán el entrenador del Alcázar de San Juan. Y su mayor problema, en ese partido, consistía en impedir que Velázquez pudiera desplegar su fútbol de altos vuelos.

Así que me dijo: "Si usted es capaz de maniatar a Velázquez, tenga la certeza de que hoy no perderemos en Vallecas". Después me dio algunas consignas que, dicho sea de paso, no entendí. Lo que no sabía Humarán es que yo había visto jugar muchas veces a MV en la Ciudad Deportiva del Madrid. Y, por si fuera poco, le tenía oído a Pedro Eguiluz las muchas cualidades que adornaban al jugador.

Marqué a Velázquez tan bien y sin tener que recurrir a triquiñuelas de mal gusto, que mi actuación fue destacada por Gilera; periodista deportivo, cuyos decálogos futbolísticos gozaban de prestigio. En aquel partido, acabado con empate a cero, yo acudí a Vallecas estrenando un traje hecho a medida en veinticuatro horas, en una sastrería situada en la Puerta del Sol. Pues bien, un hincha del Rayo, cuando yo salía del estadio, me derramó un bote de mercurio crome en el traje. Enfurecido por mi marcaje al ídolo del barrio.

Se nos ha ido un grande del fútbol: Manolo Velázquez.

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