Todavía colea el mal resultado obtenido por el Madrid en el Benito Villamarín. Y no es para menos. Ya que ganarle al Betis era algo tan previsto como sumamente necesario para el equipo entrenado por Zinedine Zidane. Los jugadores del Betis, nada más conseguir su gol, se dieron cuenta de que podía obrarse el milagro de derrotar a los madridistas. Máxime cuando éstos jugaron a partir de entonces un fútbol apropiado para ser contrarrestado por el sistema defensivo de los locales.
Los marcajes severos de los futbolistas béticos sobre sus rivales y sus repliegues intensivos, alternados con presión en campo rival, mientras disfrutaron de segundo aliento, pusieron de manifiesto que el fútbol del Madrid resultaba nimio, enjuto e inoperante. La cabriola, el regate en corto, el pasecito horizontal y la triangulación del juego en el centro del terreno no conducían a nada práctico.
En el fútbol actual, por más que algunos se empecinen en decirnos lo contrario, sigue siendo vital el dominio del centro del campo; lugar donde se cuecen los éxitos y los fracasos. Y el Madrid se vio sorprendido en fuerza, velocidad y sentido de la anticipación durante gran parte del primer tiempo por los jugadores verdiblanco en esa parcela vital del medio terreno de juego.
Isco, por ejemplo, tiene más de malabarista circense que de futbolista. Su juego es apreciado por el espectador que está siempre predispuesto a gritar un ole torero a un regate, a una taconazo, a una finta o sombrero. Pero no se percata de que a la hora de defender le cuesta lo indecible y por tanto es remiso a ayudar a un compañero como Marcelo que también actúa a su albedrío. Si a ello le sumamos que James, siendo un magnífico jugador, tampoco es muy sacrificado defendiendo, nos encontramos con que todos los esfuerzos de esa zona recaen en Kross y Modric. Así que ambos sufren de lo lindo cuando los adversarios sacan a relucir su garra, potencia y disciplina.
Otro problema que se genera en el medio campo del Madrid es lo que tarda el balón en llegar a los delanteros. De ahí que a Cristiano le esté costando lo indecible marcar goles fuera del Bernabéu. Pues cuando recibe la pelota ya está rodeado de contrarios. Eso sí, de semejante situación suele aprovecharse Benzema. No me extraña, pues, que el portugués termine muchas veces desesperado. Subiéndose por las paredes, vamos.
Tampoco conviene echar en saco roto lo importante que es en el Madrid el hasta hace nada criticado y denostado Bale. Jugador clave. Es fuerte y veloz; es decir, potente. Extraordinario en el juego por alto y propietario de una pierna izquierda que es un auténtico cañón. Por lo tanto, cuando se lesionó actuando frente al Sporting de Gijón, a mí se me ocurrió decir que sus compañeros lo echarían de menos en el campo del Betis. Verdad que no necesita demostración.
El entrenador del Madrid, Zidane, hace muy bien en querer que su equipo juegue con el balón a ras de suelo y dándole velocidad a los pases a la par que precisión. Pero ese menester debe tener en la recámara del entrenador una respuesta diferente en cuanto los contrarios muestren recursos suficientes para abortar semejante forma de jugar. El Madrid, por si alguien lo cree, no es el Barcelona. Pero explicarlo queda para otra ocasión. Cristiano no es Messi. Y, por ello, conviene aprovechar sus cualidades. Las que hace tiempo, lejos del Bernabéu, no salen a relucir.
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