Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

lunes, 18 de enero de 2016

Celia Villalobos

De ella conservo yo el recuerdo de sus hermosas piernas cuando las lucía como chica de Jesús Hermida en la televisión. Ningún reparo me da airear que se me iban los ojos detrás del muslamen robusto de una malagueña que nos encandilaba con los oportunos cruces de unas extremidades que a partir de la rodilla se convertían en una línea de metro. Confieso que los bajos de Celia Villalobos, tan celebrados entonces, me impedían centrarme en lo que ella pudiera hablar de sus ideales y demás cuestiones política y sociales, expuestas a debate por el indecible Hermida. De manera que entre los tiques nerviosos del presentador y la excitación causada por el tipazo de Celia, el programa de Antena 3 me dejaba exhausto pero dispuesto a repetir.

Las piernas de CV fueron motivos de muchas disputas entre parejas. Porque eran enfocarlas las cámaras y allá que se iban los tíos de boca hacia donde Sharon Stone nos acostumbró a mirar por si acaso. Y, claro, las chais se enojaban y muchas terminaban montando la escena y dándose el piro al dormitorio de las venganzas. A mí me parece que junto a Hermida alcanzó Celia su momento cumbre. Pues en aquella España, que principiaba a despertar, sus piernas eran todo un soplo de aire fresco y una forma de asistir a un espectáculo de cabaré político. Cierto es que hubo otras chicas Hermida que también fueron decisivas para estimular la líbido de quienes la tenían casi agotada de tanto predicar España como destino universal.

Al desparpajo que ya mostraba Celia Villalobos y sobre todo a sus longuilíneas piernas, debió la derecha el irse haciendo un  hueco en la España democrática. Porque no me dirán que Manuel Fraga teniá tirón, y ya no digamos nada de Hermández Mancha y compañía. Todo lo que vino después, es decir, todos los cargos que desempeñó la malagueña, en su partido, sirvieron para desmitificarla. O sea, para que el icono de sus piernas fuera perdiendo calidad de poster. Y ya sabemos lo complicado que resulta hacerse fan de una mujer por su figura y luego, al poco tiempo, tener que admirarla por su inteligencia.

De inteligencia, conviene decirlo cuanto antes, anduvo cortita Celia cuando ministra. Las cosas como son. Y encima tuvo la mala suerte de que las vacas se le volvieran locas. Pero aguantó hasta que los últimos enamorados de su pasado corporal dejaron de vivir de las rentas. Un buen  día, sin embargo, cuando la ministra quiso seducir nuevamente vistiendo ropas que insinuaban curvas, jodió el invento y fueron los periodistas de las revistas escandalosas y de los programas televisivos de baja estofa, los que le dieron la del pulpo y hasta la llegaron a tachar de vieja verde.

A partir de ahí la malagueña, nacida en Arroyo de la Miel -paisana de Isco-, fue perdiendo gas y sólo conocíamos de ella cuando votaba cualquier ley al revés de su partido y, lógicamente, desataba las iras de sus compañeros. Aunque, dado el espectáculo tragicómico en que se ha convertido la política española, nuestra admirada Celia, ya talludita, ha vuelto al escenario de la discordia y se nos viene mostrando presuntuosa, osada, descarada, y haciendo uso y abuso de la mala versación. En su madurez, tan impropia conducta, lleva tiempo mereciendo la recriminación generalizada. Y a mí me parte el corazón.



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