Celestino Formentera. De él se decía que era un sujeto muy dado a la bronca en cuanto apuraba el segundo whisky. Por lo que, aunque solía manejar pasta y no dudaba en gastársela, no caía bien entre los propietarios de los locales nocturnos. Quienes reconocían sin tapujo que no querían verlo ni en pintura. Pues siempre hallaba un motivo para discutir con el cliente más cercano, con uno de los empleados o, llegado el caso, con el propietario del local. Tampoco solía hacer buenas migas con las autoridades.
Conocí a Celestino Formentera una noche como la de hoy, de hace ya treinta años. Estaba yo sentado en un taburete próximo a la caja de un pub, de nombre asiático, charlando con una amiga noctámbula, más por necesidad que por padecer de insomnio, cuando a CF le dio por visitar el lugar por primera vez desde su inauguración, varios meses ha. Fue acodarse en el mostrador y percibir yo cómo se le demudaba el rostro al encargado de la barra. Éste, por ser yo quien regía el local, acudió presto a decirme que no le diera bola. Que aquel cliente tenía tripas por estrenar.
Oída la recomendación del empleado, miré con discreción al recién llegado y comprobé que su cara me era conocida. Y pronto caí en la cuenta de que era la persona que un día se mostró insolente con un militar de alta graduación en la cafetería del Hotel La Muralla. El cual, por ser un señor muy considerado, no tomó medida alguna. Porque entendió perfectamente lo que se decía acerca de los malos efectos que producían los dos primeros whiskys de marras, en alguien que, cuando estaba sobrio, no hablaba por no llamar la atención.
Aquella noche el local estaba de socialistas a tente bonete; o sea, lleno a reventar. Socialistas que bebían y charlaban con el entusiasmo propio de quienes se sabían poderosos tanto en la plaza de los Reyes como en la de África. Pues contaban con delegado del Gobierno y alcalde de las mismas siglas. De pronto, Celestino Formentera alzó la voz para decir:
-Hasta hace poco, ayer como quien dice, todos estos vestían la camisa azul y levantaban el brazo como los italianos de Benito Mussollini.
La reacción de los socialistas parecía encaminada a coger a Formentera por los fondillos y sacarlo en volandas del local. Pero entonces surgió la voz de Manolo Peláez -delegado del Gobierno-, que era un gran tipo, para calmar los ánimos. Restablecido el orden y mi sosiego, Celestino volvió a la carga; en esta ocasión, se le ocurrió disparatar de tal guisa:
-¡Oh X, tú preñada y yo en la cárcel, tú no tienes quien te meta, yo no tengo quien me saque!
Y, claro, la exclamación, a voz en grito, de CF, cayó bien, y llegamos a las tres de la mañana disfrutando de la velada. Antesala de la Nochebuena.
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