Manuel Fernández Valderrama. Fue jugador de fútbol y entrenador. Lo conocí durante mis años de residencia en Madrid. Y lo estuve tratando mientras viví en el número 94 del paseo de las Delicias. Corrían los años sesenta y había oído hablar de Valderrama, que era su nombre futbolístico, en Domitila: bar situado muy cerca del Hotel Carlton y frecuentado por gente del fútbol, del toro y de la farándula.
La primera vez que hablamos fue gracias a que nos presentó Manolo Garrido: eterno aspirante a boxeador de fama y cuyos logros consistían en que iba perdiendo la chaveta a pasos agigantados. Lo cual no le impedía ser cada vez mejor persona. Garrido nos puso en contacto una mañana de primavera, cuando Valderrama se hallaba en su negocio: una pastelería atendida por su mujer, en tanto él estaba siempre atento a lo que ocurría en una sala de billar contigua.
Valderrama era un señor alto, bien vestido, elegante, y estaba en posesión de una amabilidad natural, que invitaba a charlar con él como si fuera un conocido de toda la vida. Había cumplido sesenta años y se contaba que las mocitas suspiraban por su buena facha. Era, además, persona instruida y viajera, y la primera impresión que producía era de una serena seguridad.
Dado que sus negocios estaban a tiro de piedra de mi domicilio, raro era el día que yo no hablara con don Manuel Fernández Valderrama. Así que pude empaparme de su historia futbolística. Valderrama había jugado en los mejores equipos de Madrid de los años veinte y treinta: Racing, Madrid, Atlético y Ferroviaria. Y consiguió la internacionalidad frente a Suiza en Santander. En junio de 1928 hizo un viaje a tierras americanas, a bordo del trasatlántico Werre, formando parte de una expedición del Celta de Vigo, reforzada con jugadores de otros clubes.
Semejante oportunidad le sirvió para conocer el fútbol uruguayo, argentino y mejicano de la época. Y, aunque los recuerdos deportivos de aquella gira no eran los mejores, no dudaba en reconocer que la amistad que hizo con grandes actores, durante su visita a la meca del cine en Hollywood, fue de lo más gratificante.
De su época en el Granada, como entrenador, recién terminada la guerra civil, estaba enormemente satisfecho. Y solía hablarme de la suerte que tuvo al llevarse con él a Trompi, Maside, Santos, González y Floro; jugadores que hicieron las delicias de los aficionados granadinos de entonces. En cierta ocasión, con el ánimo por los suelos, me dijo que tenía un hijo jugando en el equipo de aficionados del Real Madrid y que no estaba siendo tratado con el debido respeto. Motivo por el cual acudió a Bernabéu, con quien había jugado en el Madrid, y que éste no le había respondido como debía.
Poco tiempo después, conocí a su hijo, siendo éste jugador del CD Guadalajara. Era un delantero centro magnífico, de juego muy parecido a Morata, y un chaval extraordinario. El hijo enfermó gravemente y hubo de ser enterrado por su padre. Don Manuel Fernández Valderrama jamás se recuperó de ese infortunio.
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