Blog de Manolo de la Torre


Entrenador de fútbol, ha ejercido la profesión 19 temporadas. Escritor en periódicos,
ha publicado una columna diaria, durante dos décadas, en tres periódicos ceutíes.

martes, 24 de noviembre de 2015

Eduardo Ayala

Coincido con Eduardo Ayala en la plaza de los Reyes. Y lo primero que hago es preguntarle por su padre. Jugador de fútbol que marcó una época en el Club Deportivo San Fernando y en el Atlético de Ceuta. Y su hijo me puso al tanto del momento que está viviendo su progenitor. Octogenario que sigue sin dejar de fumar.

Eduardo Ayala fue el segundo de cuatro hermanos que alcanzaron fama en el fútbol español. Los Ayala fueron nacidos en la Línea de la Concepción. Ayala II y Periñan llegaron al equipo isleño procedente del Puerto Real y armaron un alboroto en el viejo campo de Madariaga. Eran extremos a la antigua usanza: centro y gol de cualquier compañero.

Con Eduardo Ayala, ídolo de la afición cañaílla, el San Fernando ascendió a Segunda División. Todavía recuerdo un partido frente al Córdoba, en los años cincuenta, en el que EA hizo diabluras. Manejaba las dos piernas y daba gusto verlo regatear y centrar a una velocidad endiablada. Mi padre solía decir que, tras ver jugar tan bien a Ayala, había que celebrarlo con un cartucho de bienmesabe. Cazón preparado en un freidor de la Isla de León que gozaba de mucha fama.

Eduardo Ayala y yo nos encontramos en Ceuta en la temporada 82-83. Yo había cumplido los cuarenta y él estaba llegando ya a los cincuenta. Pronto congeniamos. Yo le regalaba el oído hablándole de su carrera como futbolista. Y ese ánimo que le insuflaba le servía para ayudarme en el entrenamiento de porteros y sobre todo lo tuve siempre como persona de confianza que yo necesitaba como entrenador.

Eduardo y yo vivimos momentos estupendos y pasamos, cómo no, por trances difíciles. Pero jamás tuvimos desconfianza alguna. Cuando yo requería su opinión, dado que era un hombre que había mamado el fútbol desde la cuna, no dudaba en responderme con claridad meridiana. Sin tapujos, vamos. Y yo le escuchaba con suma atención. A veces, cuando nuestras ideas compartidas se traducían en victorias y la alegría nos inundaba, solíamos celebrarlo de manera recatada.

Eduardo Ayala, convertido en un ermitaño casero, según me ha dicho su hijo, es merecedor de que las autoridades deportivas le tributen un homenaje. Pues se lo ha ganado con creces por sus muchos años dando lecciones de fútbol y ayudando a todos los entrenadores y jugadores que estuvieron a su lado, mientras él fue empleado modélico en el primer equipo de la ciudad.




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