Era el año de España, sin duda, por la cantidad de acontecimientos que en ella se iban celebrando. Estábamos de moda en el mundo y los gobernantes españoles querían que se supiera que el país se desarrollaba sin descanso y de qué manera había surtido efecto la modernización. La etapa cumbre, de esa década prodigiosa de los noventa, fue la de 1992.
Brillaba con luz propia la Exposición Universal de Sevilla, la popular Expo; Barcelona, con la ayuda de todos los españoles, sacaba pecho por haber sido sede de los mejores Juegos Olímpicos celebrados hasta entonces; el AVE hacía su primer viaje, y el Barcelona ganaba la Copa de Europa: ocurría en Londres y teniendo como rival al Sampdoria de Vujadin Boscov.
En Ceuta, sin embargo, las cosas eran bien distintas. Gobernaban los socialistas en la plaza de los Reyes, por medio de Pedro González Márquez; mientras en la otra plaza, en la de África, lo hacía Francisco Fráiz Armada. El primero se hizo bien pronto con las riendas de El Periódico de Ceuta. En el cual figuraba Félix Muñoz Yepes como testaferro. Éste comía pasteles de manera tan compulsiva como bebía Coca-Cola. Era un espectáculo verlo papear. No hace falta decir que estaba tan sobrado de kilos como para romper una bascula.
Un día, por cortesía y mientras despachaban, Félix Muñoz invitó a Luis Aznar, quien se turnaba en la dirección del medio con José Luis López Franco, y Aznar se zampó la caja de dulces de la pastelería El Vicentino, ante el gesto de estupor y la faz desencajada del gran heliogábalo que era FMY. Quien indignado, porque el director se había tomado la licencia de quitarle la pitanza de mediodía, decidió en un amén que el nuevo director debía ser López Franco. Y los componentes de la redacción celebramos el hecho con el jolgorio consiguiente, e hicimos rechifla de larga duración.
Entretanto, es decir, mientras sucedían anécdotas tan hilarantes, Francisco Fráiz -alcalde atrabiliario y tonante, enfrentado a muerte con el Delegado del Gobierno, González Márquez- trataba por todos los medios de cerrarnos El Periódico de Ceuta, conchabado con un empresario local. Alegando que la tendencia socialista que mostraba Luis Aznar en sus escritos no le gustaba al equipo de gobierno local. En realidad, nunca antes había pensado yo que un miembro de la familia Aznar pudiera ser izquierdista furibundo.
De pronto apareció en las instalaciones del periódico un señor que decía haber sido nombrado consejero delegado y que escribía diez faltas de ortografías descomunales, en un simple párrafo. Llegó con aires de ejecutivo del momento y explicándonos historias con las que nos asegurábamos las risas por meses. Claro que él se llevaba la pasta gansa y encima entraba y salía del despacho del Delegado del Gobierno con las consignas correspondientes y que luego negociaba, a espaldas nuestras, con Fráiz y gobernantes coligados.
El final de El Periódico de Ceuta fue el esperado: una tarde se presentó Ángel Gómez, rodeado de policías locales, y precintó la nave. Cerraron la nave a cal y canto. Y los hubo que trincaron una pasta gansa. Pero ese asunto puede esperar unos días.
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