Los entrenadores de fútbol, sobre todo los que permanecen siempre en grandes clubes y son ya ricos como Creso, deben mostrar propensión a ser la espada que ejecuta, la cabeza que planifica y aún más: implantar la disciplina más apropiada para que se sepa quién manda en el equipo. Sí, ya sé que usted me está acusando de ser partidario de que los entrenadores impongan su voluntad por encima de la de los futbolistas. Pues sí, claro que sí lo soy; siempre y cuando el entrenador haya dado muestras evidentes de ser merecedor de que se le reconozcan sus grandes conocimientos, avalados por éxitos indiscutibles, mediante la aplicación rigurosa de sus métodos.
Si un entrenador no sabe asumir el papel de ordeno y mando, cuando las circunstancias lo exijan, no me cabe la menor duda de que estará permanentemente a merced de las decisiones del presidente y de la camarilla de jugadores que hayan sabido ganarse la voluntad del máximo dirigente del club. El último caso fue el de Carlo Ancelotti en el Madrid: ganó la Champions League "in artículo mortis". Y luego dilapidó semejante fortuna por alinear a Iker Casillas. Lo cual no dejaba de ser una prevaricación en toda regla; por prescindir de Keylor Navas a sabiendas de que era, en ese momento, mejor portero que el muchacho que está protegiendo Lopetegui en el Oporto.
En el fútbol de élite hay entrenadores que pueden ejercer de tiranos en según qué momentos. Haciendo y deshaciendo conforme a sus criterios y haciendo caso omiso a otras orientaciones que no sean las de sus ayudantes. Máxime cuando hace ya mucho tiempo que los técnicos encumbrados gozan del asesoramiento de tres o cuatro profesionales leales a sus comportamientos y que son los encargados de cubrirles las espaldas.
José Mourinho, verbigracia, prefiere pecar de autoritario -ante jugadores convencidos de que son ellos quienes han de imponer sus normas por encima de todo- para mantener una disciplina espartana entre los componentes de la plantilla. Pero nadie está libre de error; éste quizá achacable a la euforia de haber ganado la temporada pasada la Premier League. Hizo el Chelsea una primera vuelta sensacional, dejando a mucha distancia en la clasificación a sus más encopetados rivales. Aunque en el tramo final del Campeonato el equipo londinense dio muestras visibles de ser un equipo lento en todas sus líneas, sustentado solamente por la velocidad mental de Cesc, por el talento de Hazard y los aciertos de un Diego Costa que sorprendió a sus rivales. Y, cómo no, por las extraordinarias actuaciones de Courtois.
A Mourinho, tras ganar la Premier League, le pudo el corázon más que el dictado de la razón. Y no tomó lás medidas oportunas. Y, como ya escribí hace mes y medio, ahora se encuentra con que tiene que afrontar el reto deportivo más importante de su vida. Volver a obtener buenos resultados con un conjunto que juega andando, defiende andando, y ataca a ritmo de carreta. Y, por si fuera poco, nota la ausencia del portero belga y ademas carece de buena suerte. Semejante relajamiento le ha jugado una mala pasada al entrenador portugués.
A propósito: quien no debe relajarse más es Rafa Benítez, por mucho camino que haya recorrido como entrenador en España y países extranjeros. Me explico: tras la salida de tono de Sergio Ramos, tan propalada por la prensa, le corresponde ya a Benítez sacar a relucir su autoridad si no quiere que los componentes de la plantilla, especialmente los cabecillas de la misma, lo tomen como el pito del sereno. Las desabridas declaraciones del central madridista, después de un comentario de su entrenador, son improcedentes. Y un mal ejemplo que, sin duda alguna, será imitado por cualquier otro miembro del equipo en cualquier momento. Y Benítez no tendrá, entonces, fuerza moral suficiente para llamarle la atención.
Mucho me temo que si Benítez no se hace rápidamente con las riendas del equipo, y los jugadores preferidos por Florentino Pérez se lo proponen, éste decida un día, no muy lejano, que el hombre ideal para sustituirlo ya está en la Casa: Víctor Fernández; recién fichado como nuevo director técnico de la cantera del Madrid. Y, como no podía ser de otra manera, técnico muy del agrado del presidente en todos los sentidos. Es decir, que dirá de él, cuando se tercie, que reúne esencia, presencia y la autoridad exigible para hacerse respetar por los jugadores. En suma: fachada.
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