Se nos ha dicho hasta la saciedad que fueron los buhoneros fenicios y griegos, llegados al reclamo de nuestras grandes riquezas minerales, quienes consideraron la Península Ibérica como una unidad, a la que llamaron España. Y lo hicieron por encima de la rica variedad de sus paisajes y sus hombres, quienes por cierto despreciaban la vida y amaban la guerra más que los generales destinados en África.
Los buhoneros fenicios y griegos, aunque vinieron a llevarse las riquezas mineras, tuvieron el buen gusto de bautizar la tierra con el nombre de España; o sea, "país de conejos". Que es la acepción de la raíz span. Pues se dieron cuenta de que sus moradores, pese a la diversidad de costumbres, tenían muchas cosas en común y además se necesitaban para subsistir.
España es un nombre que no se nos debería caer de la boca a los españoles. Desgraciadamente, hace ya muchísimos años que se intenta de todas las maneras posibles no nombrar a España ni a tiros, y corrientemente se le llama este país, sin especificar los tales si se están refiriendo a España o a una república bananera.
El diccionario del español eurogilipuertas, cuyo autor es Luis Díez Jiménez, obra en mi poder desde hace la friolera de 30 años. Y cada dos por tres, dado que está situado en anaquel preferente de mi modesta biblioteca, lo busco para cerciorarme de que a una gran mayoría de españoles le sigue dando vergüenza nombrar a España. Y en el afán de no nombrarla recojo la forma de expresarse de entonces que es la misma que ahora.
Podemos leer u oír el resto del Estado para no decir el resto de España. Otras veces, para variar, nos hablan del territorio nacional, refiriéndose lógicamente a España (¿por qué los franceses son tan bobos de llamar Francia a Francia?) No es nada raro que nos hablen de la capital del Estado para hablar de la capital de España (¿por qué los alemanes serán tan retrasados mentales que a Alemania la llaman Alemania?) Si de viajes se trata, nos endilgan eso de recorren la geografía nacional para decir, por supuesto, que recorren España, y de camino parece que se pasean por el libro de geografía. No sé qué manía le han tomada a España, tales españoles, quizá la prefieran partida a cachitos.
Y termina el autor -repito su nombre: Luis Díez Jiménez- lamentándose así: "La verdad, yo no he leído que, en ninguna época de nuestra historia -incluido el reinado de Carlos II el Hechizado, que ya fue la monda-, los españoles de entonces se avergonzaran de llamar España a España".
En fin, dejemos a la pobre España y a su pasada Historia y pasemos a las tristes historias de la actualidad, de octubre de 2015. El paro sigue siendo una tragedia, por más que quienes gobiernan traten de contarnos el cuento del alfajor. La corrupción sigue sin decaer. Pues cada día aparecen más casos de sujetos que se lo han llevado calentito. Los privilegios no cesan. Y, para colmo, una parte de los catalanes se han rebelado contra el orden establecido. Y no ha habido todavía nadie que haya sido capaz de decirle a Arturo Mas, o a quien se atreva a declarar la República Independiente de Cataluña, que irá derecho a la cárcel. Como en su día fue Luis Companys.
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