Mi hija me llama todos los días. Y hoy me ha dicho que ha percibido a través del teléfono cierto nerviosismo en mí. Y le digo que lleva razón. Y le explico que he estado hablando con alguien que ha logrado alterarme y que aún me dura la irritación. Mi hija, inmediatamente, me ha recordado la medicina recomendada por Montesquieu, para tales ocasiones: "No habiendo tenido nunca un disgusto que una hora de lectura no me haya quitado".
Le respondo que esa terapia no me vale en momentos así. Que lo que mejor me sienta, cuando me lleva el demonio, es, sin duda alguna, oír cantar por bulerías a José Cortés Jiménez, conocido artísticamente por el sobrenombre de Pansequito.
A José Cortés lo nacieron en La Linea de la Concepción en 1946, pero vivió desde niño en El Puerto de Santa María. Por tal motivo es conocido como Pansequito de El Puerto. Es hijo adoptivo de la ciudad portuense por acuerdo de la Corporación Municipal en 2001. Ha ganado un sinfín de premios por la singularidad de su cante y la forma de interpretarlo. Está considerado, desde hace ya mucho tiempo, uno de los tres grandes del cante de todos los tiempos, junto a Camarón y Morente.
Avanzado los años setenta, Pansequito lo pasó muy mal. Conocidas eran sus diferencias con José Luis Pulpón: descubridor de artistas flamencos y personaje que daba y quitaba contratos. José Cortés Jiménez Pansequito no se doblegó ante el ordeno y mando del agente artístico y, por ello, sufrió persecución. Pero Panseco no se amilanó en ningún momento. Pues confiaba en la grandeza de su cante. Fueron años muy difíciles para el genial artista. Me consta su complicada situación de entonces, porque raro era el día en el cual no coincidíamos en establecimientos donde nos gustaba alternar en El Puerto de Santa María. José y yo nos llevamos siempre la mar de bien.
En la década de los ochenta, José Cortés vino a cantar en un festival organizado por la Tertulia Flamenca de Ceuta, siendo el Patio del Cuartel del Revellín el escenario elegido. Acompañado de José Merced, que era muy joven, presencié como acordaban que éste cerraría el espectáculo y Pansequito haría de telonero. Así que nos dio tiempo a beber el correspondiente güisqui. Y hasta me hicieron un regalo grande: Merced, sentados los tres en un banco de una solitaria y embellecida plaza de los Reyes, cantó superior por bulerías, ante el regocijo de Panseco y el mío.
José Cortés Jiménez, cada dos por tres, le pregunta por mí a un amigo común, que viene y va de Sevilla a Ceuta. Y yo le digo que le cuente que, en cuanto siento nostalgia de la Ribera del Marisco, o tengo un día chungo, me alivio oyéndole su cante grande, de voz gorda, barroco, y en el que el compás siempre perdura. No me extraña, pues, que Camarón, antes de morir, le dijera a Ángel Álvarez Caballero, flamencólogo, que el cante de Pansequito era lo único que le interesaba entonces.
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