Hubo un tiempo en que salir en la televisión era lo más preciado para todo hijo de vecino. Conseguir siquiera cinco segundos de televisión era una de las máximas aspiraciones del personal de cualquier clase y condición. Y qué decir de los políticos. Pues que estaban convencidos de que apareciendo en la pequeña pantalla contaban con muchas más posibilidades de ganar las elecciones que quienes no pisaban un plató por cualesquiera circunstancias. Y hasta se llegó a decir que no salir en la televisión era prueba evidente de ser un don nadie.
También es verdad que el primer debate político televisado de la historia, debido a que la telegenia de Kennedy se impuso a la condición poca agraciada del Nixon televisivo, puso en guardia a la clase política. Eso sí, aunque Richard Nixon se hubiera maquillado y vestido un terno azul y oro, en vez de ponerse el gris plata, JFK le habría ganado también. Entonces, años sesenta, lo que sí se puso de manifiesto es algo que nunca ha admitido ni sigue admitiendo la menor duda: es más fácil ser guapo que feo.
Pero la televisión exige, además de buena facha, decir el mínimo de tonterías y estar en posesión de un lenguaje corporal que camele a los televidentes desde que suena el "Ya estamos en el aire". De no ser así, lo más recomendable es no estar todos los días dando la tabarra televisada. Que a lo único que conduce es a ir perdiendo sitio y compás entre la gente, a paso de legionario.
-¿Quiere usted decir que hay profesionales de la política, del arte y del periodismo que, por no ser agraciados físicamente, deberían no dejarse ver en ella?
-De ningún modo. Y si no fuera por falta de espacio me pondría a dar nombres. Faltaría más. Pero no me negará usted, y creo haberlo referido ya varias veces, que tanto Fraga como Carrillo o Fernández Miranda estaban en gran desventaja frente a Suárez y González. Quienes seducían al personal, simple y llanamente, haciendo acto de presencia en el escenario.
Pues bien: vengo oyendo y leyendo, últimamente, que nuestro alcalde, excelentísimo por partida doble, según dijo don Manuel Olivencia recientemente, ha decidido que la Televisión Pública no retransmita las sesiones plenarias. Y me he quedado estupefacto y anonadado. Asombrado porque si alguien inventó algo para controlar al personal, eso fue la televisión; por esa razón todos los gobiernos apechugan con su desvergüenza democrática y la utilizan, la manipulan y abusan de ella sin ningún pudor. Y abatido, créanme, porque me veré privado de oír y ver a Juan Luis Aróstegui, que si bien no es un adonis, al menos llena la pantalla vistiendo de falso pobre y siendo la voz de Vivas.
Nuestro alcalde no quiere que se televisen los plenos -dice alguien que está enterado de casi todo- porque le han dicho sus mujeres afines, que son muchas, que en la televisión se le nota más de lo deseado el paso de los años. Que ya no da bien, vamos. Por más que el jure y perjure que sigue viéndose estupendo ante el espejo cuando se afeita. Y mi respuesta ha sido la siguiente: ante el espejo todos nos vemos soberbio. Pero no así ni en las fotografías ni en la televisión.
Así que mi consejo, que valdrá nada y menos, es que Juan Vivas, en vez de censurar a la Televisión Pública, debería cambiar su imagen, ya deteriorada por estar tantos años haciendo uso y abuso de ella. ¿Cómo?... Pues designando a Manuel González Bolorino como estilista. Y seguro que lo primero que haría Bolorino es recomendarle a nuestro alcalde la pajarita que él luce con tanto garbo. Y a partir de ahí, sin duda alguna, su telegenia ganaría muchos enteros. O sea.
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