Mis viajes a Cataluña, durante una década, fueron muchos. Recorrí la región en todos los sentidos. Y disfruté de Barcelona como jamás había pensado que pudiera hacerlo. Mis paseos por Las Ramblas, dado que casi siempre me alojaba en el vetusto pero encantador Hotel Oriente, mejoraban mi estado de ánimo y me hacían disfrutar de cuanto acontecía en el emblemático paseo de la Ciudad. Que no era poco.
En aquella Barcelona, de hace 43 años, pude comprobar, desgraciadamente, que muchos eran los charnegos cuyo comportamiento dejaba mucho que desear con los visitantes que procedíamos de otras tierras españolas. Eran ellos -en hoteles, restaurantes, bares, salas de fiestas, o campos de fútbol- los que, salvo raras excepciones, ponían el mingo para fastidiarnos. Podría contarles a ustedes anécdotas que evidenciarían lo ya reseñado. Pero tendría que extenderme y necesito lo que queda de página para ir al quid de la cuestión.
Andrés Iniesta Luján, natural de Fuentealbilla (Albacete), es ídolo nacional desde que marcó el gol en la final del Mundial de Sudáfrica a Holanda. Y no sólo es ídolo por ser campeón de Europa y del Mundo con la selección española, sino también por haber ganado muchos títulos con el Barça y, naturalmente, porque su forma de ser desprende un halo de humildad que encandila a la gente. Su manera de expresarse, a media voz, su corta estatura y su apariencia de ser todavía un manchego pobretón, agobiado por una timidez crónica, tienen conquistada a toda España. Miento: en Bilbao le siguen gritando por mor de un mal lance del juego, sin importancia, ocurrido tiempo ha.
Pues bien, el hombre nacido en Fuentealbilla sigue ejerciendo de charnego en Barcelona como si fuera un peón caminero, necesitado de ganarse la voluntad de los catalanes. Ejerce de charnego cuando el himno nacional de España es silbado en el Camp Nou y él trata por todos los medios de quitarle importancia al asunto, en cuanto se le pregunta al respecto. Y a pesar de que atesora tanto poder, nunca se ha atrevido a poner firmes a sus compañeros cuando ofenden a España a cada paso.
Andrés Iniesta jamás ha ejercido de español. Y bien que habría podido, en su momento, manifestarse de tal guisa: llamándole la atención a Xavi -verbigracia-, cuando éste se reía de cuanto significa España. En cambio, no ha dudado ahora en salir en defensa de Piqué -quien se ha ganado con creces el calificativo de patoso, por ser benevolente con él-, diciéndonos que no es justo que se le silbe en todos los campos.
Oyendo a Iniesta y Casillas, otro que tal, uno se percata de que en la selección priman la hipocresía y la modestia afectada. Ambas infundidas por Vicente del Bosque. A quien le convendría saber que la falsa modestia es la peor tarjeta de visita de cualquier persona con ánimos de dar el pego como virtuoso. Y, sobre todo, que es preferible enfrentarse a un ejército de pedantes que a un hipócrita consumado.
España es España... Por encima de catalanes nacionalistas, de la selección española y, sin duda alguna, por encima de Gerardo Piqué: mala sombra, mala pata, esaborío e inoportuno..., desde que se levanta hasta que se acuesta. Que le sigan silbando, ¡coño! Que es la penitencia a la que se ha hecho merecedor por querer ser un gracioso de pacotilla.
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