Francisco Lesmes Bobed, conocido como Lesmes I, era un jugador que salía en los cromos de los años cuarenta y cincuenta. Cromo que a los niños nos costaba mucho trabajo conseguir para completar nuestra colección de grandes futbolistas de aquella época. Era ya una figura consagrada como defensa en el Real Valladolid -junto a su hermano Rafael, Lesmes II- y gozaba del mismo prestigio que Antúnez, Parra, Biosca, Campanal y otros zagueros de enorme valía.
Cuando se hablaba de Matito y Lesmes II casi siempre salía a relucir que la calidad de Paco Lesmes Bobed estaba por encima de ellos. Los tres jugaban en el Valladolid. Paco, sin embargo, nunca recibió el premio de ser traspasado a un equipo grande: concretamente al Real Madrid; club al cual perteneció su hermano. De Lesmes I supe yo a través de jugadores de la talla de Benegas, Tini y Onaindía. Los tres procedentes del equipo vallisoletano y compañeros de José Paz El Chuli -extraordinario futbolista- en el Córdoba de finales de los años cincuenta.
Pasaron los años y un día alguien me presentó a Paco Lesmes. Fue durante una de sus visitas a Ceuta para estar junto a sus familiares, saludar a los amigos y empaparse de recuerdos que le hacían lagrimear. Paco y yo nos caímos bien desde el primer momento. Y a partir de entonces procurábamos vernos por el centro de la ciudad con el fin de charlar de todo y de fútbol más que de cualquier otra cosa. Lo entrevisté para El Periódico y también accedió a dejarse preguntar en una televisión local.
Paco Lesmes llegó a emocionarse cuando le dije que formó parte de mis ídolos de la niñez. No pudo aguantar la risa cuando saqué a relucir su fama de defensa duro como el pedernal y que causaba pavor entre los delanteros. Su respuesta no se hizo esperar: se subió los pantalones hasta las rodillas para enseñarme las marcas de sus lesiones. Aunque lo hizo de manera distendida y quitándole importancia a las secuelas que éstas le habían dejado. Entre bromas y veras le pregunté si había sido mejor jugador que Lesmes II, su hermano, que jugó en el Valladolid y en el Madrid. Y no dudó en decirme que en su sitio no había deseado parecerse a nadie.
Conversar con Paco Lesmes y no hablar de Di Stéfano hubiera resultado herejía. Y debo decir que el hecho de oír el nombre de la Saeta Rubia hizo que se le alegrasen las pajarillas. Y es que mencionar a don Alfredo, simplemente, lo trasladaba a aquellos partidos en los que él, como jugador del Valladolid, salía dispuesto a anular las evoluciones del mejor jugador del mundo. Consiguiendo, en ocasiones, un logro que estaba al alcance de pocos.
Nada más hablar de Di Stéfano, Paco Lesmes me decía que la disposición táctica del argentino en el campo causaba problemas a los centrales. Que empezaron a dudar sobre si era conveniente perseguir a la estrella madridista por todos los sitios del campo o quedarse esperando su llegada al borde del área grande. Lo cual no dejaba de ser una decisión errónea. Porque Di Stéfano, actuando como falso delantero o delantero flotante, cambió radicalmente la manera de jugar en esa demarcación hasta entonces. Y llegamos a la conclusión de que fue Mangriñán, jugador de un Valencia dirigido por Iturraspe, quien sentó precedente de cómo había que contrarrestar el juego de don Alfredo. Es decir, que tenía que ser marcado por un medio volante. Eso sí, había que prescindir de un defensa.
Mi amistad con Paco Lesmes, Lesmes I, duró hasta el fin de sus días... Pronto se van a cumplir 10 años de ese final. Ah, el jugador ceutí fue internacional frente a Turquía en 1954. En Madrid.
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