Chaib (Mohamed). Polítco. Hace unos días ocupó este espacio porque yo así lo quise. Hoy vuelve a él por su apellido. A mí, desde luego, no me importa la repetición. Mohamed Chaib no es licenciado ni por la Complutense de Madrid, ni por la Universidad de Minnesota, ni por la Sorbona, ni tampoco por la Universidad a Distancia en Ceuta. Pero sí es licenciado en saberes de la calle y en cómo desde el asfalto se puede aspirar a metas que sólo, salva raras excepciones, están al alcance de quienes llevan en la boca el título correspondiente. Fue consejero de Bienestar Social. Y cumplió perfectamente con su cometido. Sin hacerse notar.
Chaves (José Luis). Marino Mercante. Político. Escritor en periódicos. Me lo presentaron en la caseta "La Esquina", una noche de feria de 1982, mientras nos llegaba la inconfundible voz de Francisco Palacios El Pali, cada vez más acentuada de nostalgia. Lo de conectar con la gente fue motivo de conversación entre José Luis Chaves y yo no pocas veces desde ese momento. Y él, socarrón y muy suyo, tenía más que asumido que la gente era reacia a aceptarlo como político. Aunque supiera discursear y hacerse notar con su palabra y su pluma en los medios.
En rigor, José Luis Chaves se dio cuenta de que no conseguía entusiasmar a sus paisanos. Y, como era inteligente, echaba por delante a otro político mientras él se dedicaba a reflexionar entre bastidores y a cabildear para mantener y sobre todo para afianzar su poder en el Ayuntamiento. Con el paso del tiempo nuestra amistad fue a menos. Gran entereza la suya, sin duda alguna, durante el proceso de una enfermedad que no le concedió la más mínima opción de seguir viviendo.
Chocrón (Carlos). Empresario. Su mirada en los años ochenta, aquellos despendolados años, donde todos creíamos que nos íbamos a comer el mundo, estaba repleta de ironía. Le sobraba clase y genio. No admitía que le llevasen la contraria. Cuando organizaba cualquier acto no quería, bajo ningún concepto, que a nadie se le escapara el menor detalle. Era un perfeccionista positivo.
En los años ochenta, Carlos Chocrón vivía la alegría de los hombres emprendedores que estaban convencidos de que la felicidad es la realización, en los años maduros de la vida, de los ideales soñados en la juventud. Y es que sus logros fueron muchos. Lo que no pudo evitar fue la tragedia de tener que enterrar a dos de sus hijos.
CCH vivió zozobrante, entonces, como no podía ser de otra manera. Anduvo un tiempo sometido a la tortura del dolor y desconsuelo. Preso de la angustia. Y cuando parecía que se dejaría llevar por esa corriente de desesperanza, un día lo vimos subir de tono hasta desembocar en una nueva vitalidad. La cual mantuvo hasta el fin de sus días.
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