En mi barrio nos conocemos todos. Y mucho más quienes somos amantes de los perros. Hace poco tiempo murió una perra, guapísima labrador de irreprochable pedigrí. Su propietario, persona mayor, con quien solía pararme, lo pasó muy mal cuando se vio obligado a sacrificarla. Ya que la perra estaba bajo su custodia y le daba satisfacciones que él no disimulaba.
Nunca he querido preguntarle a mi vecino por Ita, que así se llamaba el animal que le hacía la vida más agradable. Porque me consta que la sigue echando de menos. Y uno, amante de los perros, cavila que la muerte de un animal tan evolucionado como la perra labrador, es lógico que haya causado tanta tristeza a su propietario. Y hasta me la sigo imaginando, antes de ser sacrificada, agradeciendo las dulces y conmovedoras caricias que le proporcionaban las manos de su dueño. Y todo ha sido porque me he cruzado con mi vecino.
Jeremy Bentham ya planteó que la cuestión no es si un ser vivo puede razonar, sino ¿puede sufrir? Y, por tal motivo, la eutanasia con el derecho animal se relaciona con el derecho a no sufrir. En fin que camino hacia mi casa pensando en cómo los amantes de los animales lloran por ellos, cuando los pierden, y me topo con una perra abandonada que corre alocadamente, presa del miedo, bajo un calor tórrido.
Los veranos se han convertido en el mayor enemigo de los animales. Ya que son abandonados a su suerte por quienes, de manera irresponsable, decidieron un día hacerse con un perro o gato de raza para saciar el capricho del hijo -o de los hijos- en días que ni pintiparados para cometer semejante desatino. Así sucede que cada tres minutos se abandona un animal de compañía en España. Lo cual propicia que más de 300.000 animales sean abandonados anualmente en nuestro país por estas fechas. Conque estamos cada vez más cerca de volver a aquellos años terribles donde perros y gatos eran perseguidos por calles y plazas hasta ser acorralados y muertos.
Regresa, pues, aquella barbarie que los foráneos nos achacaban. Cuando nos ponían como ejemplo de incivilizados por la crueldad que mostrábamos hacia seres vivos que nacían ya predestinados a ser sometidos a los mayores castigos. Y lo malo del asunto es que la crisis económica hace que aumente el abandono de animales. Porque las protectoras están saturadas. Su financiación se ha reducido a la mitad y no hay recursos para ponerle freno a esa avalancha de tragedias de canes que vagan por las calles, con los ojos desorbitados, buscando a sus dueños con desesperación.
Y uno se pregunta, cuando se cruza con algunos de esos animales desolados y mostrando la faz del pánico, ¿cómo es posible que alguien haya decidido tomarse unas vacaciones tras dejar a su perro tirado en la calle, vagando como alma en pena y sin mendrugo que echarse a la boca? Sí, ya sé que quienes no gustan de los animales no entenderán nunca semejante defensa de ellos. Y lo acepto. Lo que no acepto es que se les tenga para abandonarlos en verano. Lo cual es acción vil, indigna, ruin..., que sucede cada verano.
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