Conversación entre conocidos, aperitivo por delante, y sale a relucir la importancia que tuvo en su momento el médico de cabecera antiguo. Y alguien, con muchos años vividos, lo define: "Señor que era casi de la familia, que conocía todo su historial de alifafes y que te decía inmediatamente lo que tenía con sólo mirarte la lengua, tocarte la tripa y auscultarte. Médico de familia moderno. Señor que te dice a qué médico debes ir".
Y a mí, tras lo oído, se me ocurre escribir lo siguiente: "Mi padre dio dos camballadas antes de acercarse a mí y tratar de alborotarme el pelo con sus manos. Era la primera vez que yo le veía perder el equilibrio. Mi padre bebía mientras jugaba a las cartas, pero siempre había oído que jamás se le notaban los efectos del vino. Él bebía vino fino. A mi madre también le extrañó muchísimo en la condiciones que ese día había llegado. Traía la cara descompuesta y empezó a sudar fríamente.
De pronto esbozó una sonrisa y dijo que se sentía mal. Y a partir de ahí le pudieron las ansias y los deseos de arrojar. Mi madre le ayudó a sentarse en el borde de la cama y luego le puso un cubo para que vomitase. Y vomitando estuvo hasta ponerse muy malo. Hubo un momento en el cual los esfuerzos le hicieron sangrar. Y mi madre, asustada, corrió a buscar al médico de cabecera. No sin antes recomendarme que no me separara del lado de mi padre.
Derrumbado en la cama, con los ojos encarnizados, y limpiándose la boca con un pañuelo, me tenía cogida mi mano izquierda con su mano derecha y no paraba de decirme lo mucho que me quería. Posé mi cabeza sobre su pecho y noté cómo su respiración se iba calmando. Siguió hablando, pero ya de forma inconexa, a medida que un ligero sopor se iba apoderando de él.
El médico llegó casi a la par que mi madre. Y, tras comprobar su estado, le dijo que la sangre arrojada procedía de la úlcera que tenía en el duodeno. Una vez que le había recetado y tranquilizado, le recomendó que no se le ocurriera beber ni una copa más de vino. Si no quería pasar por el quirófano. Todavía recuerdo las palabras de mi padre: "Jamás volveré a probarlo".Y así fue...
Don Juan, que así se llamaba el médico de cabecera, me pidió que le acompañara hasta la puerta, mientras le indicaba a mi madre con la mirada que se quedara donde estaba. Bajamos las escaleras del piso, salimos al patio y cuando llegamos a la casapuerta, el médico me puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo, mientras sujetaba el maletín con la izquierda, y me habló así: "Dile a tu padre que lo quieres, muchas veces; tantas como puedas. Se dio media vuelta y allá que se perdió andando por la calle Federico Rubio hacia su casa, que estaba en la calle Nevería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta mis escritos ,pero desde el respeto.
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.