El 16 de agosto de 1987, a esa hora vaga de mediodía, bajo un sol de justicia, llegué yo al aeropuerto de Málaga en mi coche para volar a Madrid con Iberia. Tenía que presentarme en las oficinas del Atlético de Madrid a fin de firmar los documentos de cesión de Miguel Ángel: jugador nacido en Córdoba y que había solicitado Enrique Alés, entrenador a la sazón de la Agrupación Deportiva Ceuta.
En las oficinas del Atlético, situadas, entonces, en la zona en la cual se encontraban los vestuarios del Vicente Calderón, me esperaban dos empleados del club; uno de ellos era Matallana, a quien conocía más que bien por haberle tenido de directivo, hacía veintitantos años, en el CD Carabanchel. Matallana me dijo que había que esperar la llegada del presidente, Jesús Gil y Gil, que acababa de regresar de Elche. Donde el día anterior, el equipo rojiblanco había jugado el famoso trofeo de la ciudad y lo había perdido por 2-1 frente al equipo ilicitano.
Jesús Gil y Gil, tras ser nombrado presidente esa temporada, lo primero que hizo fue fichar a Luis César Menotti. Quien había convocado a la plantilla para hacer ejercicios de estiramientos. El técnico argentino apareció descamisado por los bajos del estadio, luciendo tórax bronceado y tirándole los tejos descaradamente a las féminas que trabajaban en las oficinas. Daba la impresión de estar por encima de todas las cosas habidas y por haber. Matallana me susurró al oído que Menotti tenía ya fecha de caducidad.
La llegada de Jesús Gil y Gil fue todo un espectáculo. Le rendían pleitesía unos y otros. Pero lo primero que hizo fue preguntar por la persona de Ceuta que le estaba esperando para llevar a cabo la cesión del futbolista del filial. Tras media hora de conversación, amena y distendida, una vez acabados los trámites burocráticos, me puso al tanto de que esa misma tarde volaba a Málaga con la plantilla para cumplir lo acordado con firmas comerciales. Acto que sería amenizado por Lola Flores.
Mi vuelo a Málaga era el mismo que el de los expedicionarios atléticos. Nada más embarcar, el presidente que había accedido ya a su asiento antes que yo al mío, llamó mi atención para pedirme que me sentara a su lado, tras indicarle a un directivo que ocupara mi sitio. Y, durante el vuelo, estuvo preguntándome por cuestiones relacionadas con el fútbol. No en vano se había preocupado por saber de mí...
-¿Qué te parece Menotti? -preguntó de sopetón.
-Yo creo que vende muy bien lo que sabe, pero lo que sabe no creo que sea tanto para hacer del Atlético un equipo capaz de lograr títulos.
Jesús Gil y Gil no dijo ni pío. Se limitó a invitarme a la fiesta dispuesta para presentar a la plantilla. Y le dije tres veces que me era imposible. Porque precisaba regresar a Ceuta en pocas horas. Menotti, como no podía ser de otra manera, fue despedido poco tiempo después. Y entonces sacó a relucir la frase siguiente: "El problema no es que los presidentes echen a los entrenadores, el problema es que no saben para qué les contratan".
Frase que ha traído a colación el director del Diario As, Alfredo Relaño, para zurrarle la badana, una vez más, a Florentino Pérez; para llamarle grosero a José Mourinho, por el cual siente tanta aversión como rencor tóxico padece; y, naturalmente, para airear que Rafa Benítez es un paniaguado. Le ha faltado, en esta ocasión, decirnos que Casillas es el mejor portero del mundo... Por si acaso Valero, entrenador de porteros, no había caído en ello. Pero lo hará ya mismo. Ya lo leerán ustedes.
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