Nada que ver con lo que ocurría, por no irme más hacia atrás, en los setenta u ochenta del siglo pasado. Y, si me apuran, hasta en los noventa. En aquellos entonces, el entrenador estaba obligado, salvo en los grandes clubes, a servir para todo. Así que terminaba exhausto todos los días. Además de que tampoco gozaba de la imprescindible ayuda que suelen prestar los ayudantes cabales.
Tales desventajas hacían que el entrenador sufriera de lo lindo. Porque se hallaba solo ante el peligro de verse zarandeado por unos y otros como el viento zarandea a la flor del vilano. Y ni siquiera los triunfos le evitaban las críticas acerbas por haber tomado alguna decisión que gustaba poco a los directivos, a la plantilla, a los aficionados, y qué decir de los periodistas.
Ante tales problemas, el entrenador tenía que echar mano de todos sus recursos. Estaba obligado a pensar muy rápido y sobre todo a hacer de la intuición cultivada un arma imprescindible para atenuar en la medida de lo posible los muchos inconvenientes que surgían durante la temporada. El entrenador, después de una victoria, y cuando la expedición celebraba lo acontecido, ya pensaba en los problemas que debía resolver en el próximo partido. Y hasta trataba de evitar los halagos del delegado por saber que los mismos se tornarían en censuras en cuanto se produjera la derrota.
Yo conocí a muchos compañeros que no soportaban semejante presión y recurrían a los estímulos para poder sentarse en el banquillo. Y, cómo no, para no parecerse a Don Quintín el amargao. Y más que aliviar la soledad lo que lograban es aumentarla. La soledad de los entrenadores sigue en sus trece. Aunque dulcificada por la mejora manifiesta que ha habido en el fútbol en todos los aspectos y de la que ellos, lógicamente, se están beneficiando.
Yo entiendo, pues, que José Mourinho -verbigracia- imponga una disciplina espartana entre jugadores convencidos de que son ellos quienes han de dictar sus normas por encima de todo, por más que en el empeño sea tachado, como mínimo, de arrogante. Como asimismo no critico que Carlo Ancelotti haya tratado una vez más de lograr la unidad del vestuario con algo más que condescendencia. Ahora bien, si yo fuera el encargado de elegir a uno de los técnicos, siempre me decidiría por Mourinho. Benítez, que ya ha sido contratado, sabe que en el Madrid no valen los paños calientes. De manera que no le arriendo las ganancias si no toma la decisión, necesaria a todas luces, de prescindir de Casillas y, por supuesto, la de poner firme a Sergio Ramos.
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