Se viene hablando y escribiendo, y hasta hay un vídeo en You Tube al respecto, de la evolución del biquini en cien años. Y, dado que a mí me parece un traje de baño delicioso, he decidido darle mi modesto y particular homenaje. Aunque, sintiéndolo mucho, habré de escribir más que el Tostado. Empiezo: cuando el mes de mayo de 1963 estaba tocando a su fin, pude ver yo Agente 007 contra el Doctor No en el cine Capitol de Madrid. Película autorizada para mayores de 18 años y que se había estrenado en España muchos meses después de que se hubiera proyectado en el Reino Unido. La ficha de James Bond que se exhibía en los carteles rezaba así: "Tiene permiso para matar y es un experto en autos de carreras, armas antiguas y muchachas hermosas". El personaje de James Bond lo interpretaba Sean Connery y Ursula Andress el de Honey Ryder.
Nacida en Suiza, UA, veinteañera entonces, se convirtió en la primera chica "Bond" de la época y, según diversas encuestas, la mejor de todas las que en el mundo ha habido. La escena saliendo del agua con un biquini color marfil cuya principal característica era un cinturón que llevaba acoplado a la braguita de algodón y del cual pendía un puñal envainado, desató los instintos más básicos del género masculino del mundo entero.
La Iglesia puso el grito en el cielo y catalogó la película con "3R", "o mayores con reparos" y además con sólida formación. Y todo porque una mujer despampanante se sentía tan a gusto dentro de su cuerpo que daba la impresión de que le gustaba el sexo por encima de todo. Parecía encantada con su enorme atractivo. Que no era, creo yo, sino una versión de narcisismo seductor. La actriz parecía excitarse con su propio encanto. En la película, aún recuerdo como a Honey Ryder -UA- no le preocupaba que la miraran los hombres y, desde luego, no se cortaba lo más mínimo a la hora de sacar pecho. Cuánto hubiera dado yo entonces por olerla...
Mi llegada a Ibiza, a finales de 1972, para tratar de salvar del descenso a la Sociedad Deportiva Ibiza - equipo del que Abel Matute era presidente de honor-, tarea que cumplí con fortuna suficiente como para convertirme en todo un personaje ibicenco, me permitió conocer personalmente a la mujer que hacía posible que hombres y mujeres se volvieran a su paso perdiendo la noción del tiempo y del espacio. Los había que, sabedores de la hora en que Ursula caminaba hacia la terraza del Hotel Montesol, acompañada siempre de su amigo Elmyr (pintor que se inventaba un Matiss o un Picazo en menos de diez minutos, con la misma facilidad que inventaba su pasado, sus apellidos, y sus orígenes familiares. A Elmyr, que llegó a falsificar 1000 cuadros imitando a pintores impresionistas, le gustaba lucirse llevando a su lado a Ursula, luciendo monóculo y capazón ibicenco), se apostaban en lugares estratégicos para verla desfilar como lo que era: una diosa. En ocasiones, también yo ejercía de mirón. Ajeno, por supuesto, a lo que el destino me tenía reservado.
Un día, recién llegado yo a Ibiza, coincidí con Arturo Llopis -periodista y escritor ibicenco, y amante del equipo de fútbol de su tierra- en la calle Juan de Austria y decidimos comer juntos. Fue entonces cuando le pedí que me recomendara un lugar para que los jugadores pudieran concentrarse unas horas antes de los partidos. Y, tras unos minutos de cavilación, Arturo que era un tipo curtido en mil batallas, culto y buena gente, me preguntó: "¿Puedes mañana, a primera hora, venir conmigo a Es Cabells; pueblo que se encuentra al borde un acantilado en el municipio de San José?". Le respondí que sí. Finalizada nuestra gestión en un convento, ALl me enseñó calas y rincones de un pueblo donde se prodigaban los chalets erigidos sobre un terreno arcilloso... En Es Cabells, cuando azotaba el temporal, se notaba de lo lindo. Precisamente, al pasar por delante de una casa grande y hermosa, Arturo me dijo que Ursula Andress era su propietaria. Y también me dijo que, durante los meses de invierno, la casa era habitada por los padres de la actriz.
El primer domingo que comimos en el comedor de las monjas teresianas y que pasamos un tiempo de ocio en el único bar de Es Cabells, nos tocaba jugar con el Barcelona Atlético. A las dos de la tarde, cuando los futbolistas estaban matando el tiempo con las cartas, se presentó Ursula Andress en el local. Tras dar las buenas tardes, lo primero que hizo es acercarse a una mesa en la cual se jugaba al póquer y les dijo a los jugadores si la dejaban participar. A partir de ahí, y como la actriz asistió al partido y además lo ganamos con holgura y buen juego, no dejó de hacerse presente en las concentraciones porque, según ella, se lo pasaba bomba con el personal.
En aquel tiempo, la actriz mantenía un romance con Fabio Testi, y éste, por lo que decían las revistas de la época, se la estaba pegando en Italia con otra actriz. A UA le gustaban los hombres. Los miraba a la cara y no le molestaba ser mirada por ellos. Llegó a convertirse en parte importante de la concentración dominical. En ocasiones, coincidía yo con ella y con Elmyr en la terraza del Hotel Montesol y me invitaban a sentarme a su mesa. Otras, si ellos llegaban y hallaban la terraza de bote en bote, les ofrecía yo asientos en la mía. Ursula Andress, excitante, bella y con un cuerpo admirable, olía a sexo. Así que supe bien pronto a qué se debía la atracción que ejercía sobre los hombres: a que segregaba abundante copulina.
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