Los entrenadores saben muy bien que después de varias temporadas en un mismo club, aun triunfando clamorosamente, lo mejor es cambiar de aires. Cierto es que ha habido y habrá excepciones, cual es el caso de Sir Alex Ferguson, quien estuvo dos décadas en el Manchester United. Otro caso por el estilo es el de Arséne Wenger en el Arsenal, pero son los menos.
Pep Guardiola, tras cuatro temporadas fantásticas en el Barcelona, podría haber continuado en el club azulgrana todo el tiempo del mundo. Pero en un momento determinado, como hombre inteligente que es, quizá se hizo la siguiente pregunta: "¿Es posible triunfar sin ninguna traición?". Y entendió que no. Y hasta pudo imaginarse que Lionel Messi lo empezaba a mirar torcidamente.
La soledad de los entrenadores, incluso ganando, es evidente. Hay momentos delicados en que cuesta lo indecible dormir y hace su aparición el mal carácter. Y si además el roce diario con los miembros de la plantilla, durante varias temporadas, provoca que las estrellas del equipo crean que pueden hacer uso y abuso de la confianza, la cosa puede acabar como el rosario de la aurora.
Tengo la impresión de que Guardiola era consciente de que Messi estaba ya hasta el gorro de él. Que el fenómeno argentino se aburría ya de oírle decir las mismas cosas y de que le disputara el estrellato. Por ser tan buen entrenador y por ser un catalán mítico. Y Pep decidió que antes de tenérselas tiesas con Lionel lo mejor era cambiar de club. Y se fue, como no podía ser de otra manera, al Bayern Múnich. Equipo que, además de su grandeza histórica, acababa de ganarlo todo con Jupp Heynckes. El valor de Guardiola, por si alguien lo había puesto en duda, se manifestaba en toda su dimensión.
Los jugadores que habían estado varias temporadas a las órdenes de Pep Guardiola, tras enterarse de que les había tocado el Bayern Múnich en las semifinales, propalaron que tenían ganas, muchas ganas, de pasar por la piedra a su ex entrenador; porque en los últimos meses las relaciones entre ellos y el hombre nacido en Sampedor no habían sido las mejores. Lo cual suele ocurrir hasta en las mejores familias futbolísticas. Si bien la educación y el buen sentido de Guardiola impidieron que el asunto tomara vuelos.
El equipo alemán, que llegó a Barcelona sin sus dos grandes figuras -Robben y Ribéry-, supo contener más que bien al Barcelona. La distribución de sus hombres en el césped fue casi perfecta. Al jugar con tres centrales pudo acumular cinco futbolistas en el medio campo con misiones concretas, esperando que Müller y un mermado Lewandowski hicieran ese gol que tanto ansiaban. Y cuando parecía que estaba a punto de lograr su objetivo, llega Bernat, ex jugador del Valencia, y no se le ocurre otra cosa que salir desde atrás driblando. Y su fallo lo aprovechó Messi para marcar el primer gol. Y a partir de ahí, con Bernat dando tumbos, los locales marcaron dos tantos más. Bernat decidió que Messi le hiciera ver a Guardiola quién es quién...
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