La política, por mucho que Marx lo pretendiera, no es una ciencia, dice Paul Johnson en Intelectuales, que es el título de uno de sus libros más logrados y que obra en mi poder desde hace la friolera de 15 años. Antes que Marx, sin embargo, fue Maquiavelo quien admitió que en el cruel mundo del siglo XVI, y quizá en todas las épocas, los dirigentes tenían que observar principios muy realistas, que a veces podían ser crueles y duros. Dio cuerpo a estas nociones en su famoso libro El Príncipe. En el que describió la política como un arte.
Un arte repleto de marrullerías, pero evidentemente sin escrúpulos de conseguir primero y mantenerse después en el poder, dicen de los políticos quienes profesionalmente están más cerca del conocimiento del cerebro de los hombres que de los que no lo estamos. Lo cual no es obstáculo para que los que somos legos en la materia hayamos llegado a la conclusión, mediante lecturas y experiencias vividas, de que la política como manipulación -como arte de mentir, atraer, maniobrar y, en definitiva, imponerse- no ha sufrido cambios e incluso no sería considerada trola decir que hasta se manifiesta más abiertamente.
Cuando se habla de pluralismo político es conveniente decir cuanto antes que el sistema de partidos es obligado porque los ciudadanos de cualquier país piensan de manera diferente y aparecen reclutados en las diferentes corrientes políticas e ideológicas que hay en el mercado. Pero a renglón seguido se manifiestan las malas artes -y no las bellas partes, como dice el poeta- para lograr ese objetivo que es el poder. Y es verdad. "La política tiene dos drogas de gran actividad: una es la de estar en el Parlamento, y otra es la de estar en el poder. Las versiones de Parlamento y poder también se refieren a las organizaciones autónomas y a los ayuntamientos".
Fechas atrás, cuando estaba a punto de empezar la campaña electoral, decía yo que los políticos no dudan "en ofrecer el paraíso, porque siempre el paraíso es atractivo, a pesar de la escasa leyenda que tenemos de ese lugar". Después se observan unos a otros para hacerse mil diabluras, porque la política de la concurrencia o la competitividad es un juego de imaginativos y de tramposos.
No ha mucho tiempo, me decía un político destacado que ellos también se proponen servir y hacer cosas en beneficio de los ciudadanos, pero que tampoco es menos cierto que no reparan en medios, y a la hora de ofrecer o de disputarse electores, son unos truhanes. A mí me gusta más llamarlos tunantes. Comportamiento que han ejercido aun los que se han considerado grandes demócratas; si bien, inmediatamente, han calmado sus conciencias afirmando que la democracia "es el menos malo de los sistemas políticos".
En lo tocante a las mentiras, un tal Adlai Stevenson, durante la campaña presidencial de 1952, en un periódico de cuyo nombre no me acuerdo, se expresó así: "Ofrezco a mis oponentes un contrato: si dejan de contar mentiras sobre nosotros, dejaré de contar verdades sobre ellos". Cita que no ha perdido un ápice de actualidad. Y que alcanza su plenitud en las campañas electorales.
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