Agradable sobremesa y sale a relucir su nombre. Y yo cuento lo que sigue. Era propietario de El Rocío: bar situado en el famoso pasaje de Matheu, en el casco antiguo de Madrid. Contaba con un magnífico jefe de barra y Javier Murube se limitaba a alternar con los clientes cuando le era posible. Agradable, con buen talante y gran conversador, con él se podía hablar de todo. Principiaban los sesenta y raro era el día en que Trompi -leyenda futbolística- y yo no visitáramos el establecimiento. Muy frecuentado éste por artistas, toreros, futbolistas...
Javier Murube -hermano de Alfonso Murube- era muy dado a la ayuda de quienes se la demandaban y, por tanto, era muy respetado. Javier nos contaba a Trompi y a mí, aquel día de verano, a la hora del aperitivo, que había recomendado a Curro, jugador madrileño, al Ceuta. Pues bien, por ahí iba la cosa cuando apareció Antonio Bienvenida, acompañado de otra persona, y en el local, de ambiente extraordinario, se impuso el murmullo sordo y expectante.
Al famoso torero, de amplia sonrisa, mirada enérgica y elegancia natural, le faltó tiempo para levantar la mano, a modo de saludo, dirigido a JM. Y éste, con el rostro demudado pero dueño de una frialdad incuestionable, respondió con un que te den por retambufa que sonó como un trueno en el local. La perenne sonrisa de Antonio Bienvenida quedó petrificada y descompuesta. Aun así, el maestro echó mano de su conocida serenidad, preguntando por la causa de tan mala acogida.
Javier Murube aprovechó el momento para descargar su ira sin contemplaciones, relatando la tragedia de un novillero, apoderado por él, a quien le habían amputado una pierna la semana anterior. Como consecuencia de que en el Sanatorio de Toreros se habían negado a intervenirlo en el primer momento, debido a que JM, por lo oído, se había retrasado en el pago de varias mensualidades.
-¿Se puede saber cuál es mi culpa en este caso? -preguntó el maestro Bienvenida.
-La de ser presidente de un Montepío de Toreros capaz de cometer canalladas de ese tipo...
La respuesta de Javier Murube golpeó como un látigo en el ambiente.
De pronto, el acompañante del diestro, que resultó ser Comisario Jefe de la temida policía instalada en el edificio de la Puerta del Sol, hizo ademán de irse contra Javier. Pero Antonio Bienvenida intervino con tanta presteza cual contundencia a la hora de sujetar al funcionario. Si bien el gran torero, antes de enfilar su salida hacia la calle, y tomado ya por la calma de quien nada sabía de hecho tan lamentable, pidió perdón a Javier Murube por la responsabilidad que le exigía su cargo.
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