Hace un año, más o menos, durante una larga sobremesa en restaurante céntrico, salió a relucir vida y milagros de Fructuoso Miaja, y alguien que nunca ha ocultado ser lector de todo cuanto escribo, me dijo que poseía un libro escrito por mí, titulado Un hombre cabal, dedicado a quien fuera alcalde desde 1987 a 1991. Y que lo conservaba como oro en paño.
Mi respuesta no se hizo esperar: dichoso tú que tienes esas memorias de las que, tras ser muy bien impresas por Papel de Aguas y patrocinadas por El Faro de Ceuta, me quedé con un solo libro que le regalé, tras petición suya, al rector de la Universidad Pompeu Fabra Barcelona, mediante un directivo de la Casa de Ceuta en la Ciudad Condal.
Fechas atrás, cuando menos lo esperaba, mi amigo se presentó en El Mentidero, sabedor de que es más que posible encontrarme allí los martes, con ese ejemplar de Un hombre cabal como regalo. Porque, según él, no es justo que el hacedor de esas memorias no las tenga en los anaqueles de su modesta biblioteca. Y mi agradecimiento, créanme, fue indecible.
Inmediatamente, como no podía ser de otra manera, comencé a leer otra vez cuanto me había contado Fructuoso Miaja de su vida cuando el año 2000 estaba en sus albores. Y debo decir, tal vez porque el paso del tiempo hace posible ver las cosas de manera bien distintas, que me he emocionado al recordar aquellas largas conversaciones mantenidas con un hombre cuya prudencia rayaba en el hermetismo. Por lo que había que sacarle las palabras con sacacorchos.
Leídas las memorias de quien fuera nuestro alcalde en época ya reseñada, debo decir, aun a riesgo de que alguien me tilde de presuntuoso, que me han gustado. Y que no entiendo las razones que pudiera haber habido en su momento para que casi todos los ejemplares de Un hombre cabal fueran arrumbados en sótano o buhardilla. Y si todavía permanecen en cualquiera de esos sitios, cosa harto improbable, no sería descabellado cederlos a alguna organización para que los vendiera con fines benéficos en esta próxima Feria del Libro.
De momento, me voy a conformar con transcribir este pasaje perteneciente a las memorias de Fructuoso Miaja: "Cuando me hablaron de la posibilidad de ser candidato a la alcaldía, en 1987, lo primero que hice es hablar con Sara, mi mujer, para preguntarle si estaba de acuerdo en que aceptara tal responsabilidad. Me respondió que sí. Aunque a cambio de que si conseguía la alcaldía tuviera en cuenta que ella no estaba dispuesta a acompañarme en ningún momento. Quería pasar inadvertida a todo trance. Incluso a costa de que creyeran que el alcalde era viudo. Jamás quiso que le dispensaran favores y, mucho menos, que la reconocieran como la mujer del hombre que, durante cuatro años, iba a regir los destinos de la ciudad desde el Ayuntamiento".
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