Juan Luis Aróstegui y Mohamed Alí están siempre
enojados. Síntoma evidente de que no son capaces de conciliar el sueño
y, por ello, se despiertan enfadados. Y, claro, al despertarse enfadados
cogen la onda y encuentran los acontecimientos y la persona que les
harán enfadar. A los dirigentes de la coalición Caballas les irrita sobremanera el tener asumido que jamás ganarán unas elecciones y, naturalmente, los saca de quicio Juan Vivas. Al ser conscientes de que jamás podrán con él en las urnas.
Alí y Aróstegui, tanto monta, monta tanto, deberían mirarse al espejo para percatarse de que la rabia produce aerofagia y
que ésta al reflejarse en el semblante desmejora la faz de cualquier
mortal por más que éste se crea un adonis. Que no es el caso de quienes
nos ocupa. Pero tampoco es menos cierto que cualquier político que se
precie sabe perfectamente que la cara es el espejo del alma y que un
político con la cara descompuesta no es el más idóneo para llevarse a
los votantes de calle.
Aróstegui, desde hace un mundo, tal
vez quemado por estar tantísimo tiempo en la oposición y sin la menor
posibilidad de ser alcalde en su vida, tiene el carácter avinagrado. Y,
aunque ya ha cumplido sus años, no son tantos como para que parezca ya
un tipo anticuado, caído en desuso. Quizá sea el premio recibido por no
haber sido nunca capaz de reconocerles mérito alguno a quienes han sido
alcaldes. De haberlo hecho, en algún momento, a lo mejor se sentiría
mejor en todos los aspectos.
En lo tocante a MA, que me
sigue cayendo la mar de bien, no ha cometido más pecado que decidir, en
su momento de esplendor político y de gran popularidad (posiblemente por ser susceptible hasta la saciedad),
que lo más conveniente para él era protegerse con quien se había ganado
a pulso fama de ogro y, por tanto era temido por quienes estaban al
frente de las instituciones. Por habérsele metido entre ceja y ceja que
no le prestaban la menor atención cuando recurría a ellos por necesidad
de su cargo político.
Tales creencias hicieron que Mohamed Alí se echara en los brazos de Juan Luis Aróstegui; y éste vio el cielo abierto: pues no en vano su partido, el PSPC, estaba dando ya las últimas boqueadas en todos los aspectos. Error grave, pues, el cometido entonces por Alí; quien,
además de tirar por la borda su carrera política, ha conseguido también
irse labrando un aspecto triste, disgustado, desvaído. El cual, y ojalá
que no sea así, irá aumentando a la par que vaya descendiendo su
entusiasmo por participar en la política activa. Aunque ésta le produzca
beneficios crematísticos superiores a los que podría obtener
dedicándoles todas las horas del mundo a su profesión.
Situación entendible la de Mohamed Alí,
sin duda alguna, pero nunca justificable si sacamos a relucir esa ética
que jamás se les cae de la boca tanto a él como a su compañero Juan Luis Aróstegui.
La coalición Caballas, con dos dirigentes que se despiertan cada mañana
enfadados y, claro, al despertarse enfadados cogen la onda y encuentran
los acontecimientos y la persona que les harán enojarse hasta dar la
impresión de padecer de aerofagia, está condenada a sufrir un varapalo
en las urnas. Juan Vivas lo sabe y saca a pasear su sonrisa conejil.
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