Cuando yo dirigía equipos de fútbol, hace ya muchos años, adquirí
fama de darles oportunidades a jóvenes procedentes de categorías
inferiores, tras haberlos seguidos por campos de la región en la que
ejercía mi actividad. Conocido mi atrevimiento, muchos padres o
familiares de futbolistas con la edad en la boca, me visitaban para
recomendarme al hijo o nieto, sobrino o ahijado. Ni que decir tiene que
los atendía muy bien y les prestaba toda la atención de la que eran
merecedores. Y, en no pocos casos, era verdad que los chavales gozaban
de cualidades para aconsejar su contratación.
Entre aquellas
personas que ejercían de valedores de los jóvenes, las había también que
se expresaban de la siguiente manera: "Mire usted, De la Torre,
hay un chaval que da gusto verlo jugar. Maneja ambas piernas,
técnicamente es perfecto, y sabe en todo momento donde están sus
compañeros para cederles el balón en las mejores condiciones. Pero...".
En cuanto yo oía ese adversativo tan español, me echaba a temblar. Y
con razón: pues detrás venía embalada ya la justificación que tanto me
desagradaba oír:
-Pero no es futbolista de mucho correr. Lo de correr no va con él. Y no creo que le haga falta alguna -decía mi interlocutor.
A
partir de ese momento, a mí me llevaban los demonios. Me descomponía...
Hasta el punto de tener que morderme la lengua para no responder con
acritud ante tamaña majadería. Lo de jugar bien y correr poco, en
relación con los futbolistas, se convirtió en una estúpida frase hecha
que hizo furor entre los sesenta, setenta y años ochenta del siglo
pasado. Incluso se puso de moda airear que correr y jugar bien era
misión imposible. y hasta los había que lo preconizaban de tal guisa: Correr es de cobarde.
Así
que surgió, para más INRI, la figura del medio centro organizador y al
que únicamente se le exigía pasar bien el balón y actuar con el mínimo
esfuerzo. A los organizadores se les atribuían todos los éxitos del
equipo y, sin embargo, se les perdonaban todos los petardos que daban
cuando eran marcados por adversarios dispuestos a impedirles realizar
sus arabescos. Los medios centros de los que hablo, al ser hábiles pero
no técnicos -técnica es el perfecto conocimiento del oficio, y habilidad
es hacer virguerías con el balón-, en cuanto eran presionados se
quedaban sin aire y sin sitio en el terreno de juego.
Nada que ver esos volantes de pitiminí con Makelele,
verbigracia. Un portento de jugador capaz de adueñarse del medio campo,
haciendo fácil lo difícil, atendiendo siempre los desvaríos de los
compañeros y mostrando, al margen de sus grandes condiciones físicas, un
conocimiento total y absoluto del oficio. En suma: le sobraba técnica
para dar y tomar. Pues bien, los periodistas destacaban de él, incluso
en los días de esplendor que tuvo, que fueron muchos, su entrega y su
condición física. Craso error, naturalmente, cometido por
desconocimiento.
El motivo por el cual he vuelto a opinar al
respecto de que el correr, amén de no estar reñido con jugar bien al
fútbol, es tarea imprescindible, se debe a que comentaristas y
glosadores de televisión no se cansan de celebrar las acciones
defensivas de Isco tanto en el Madrid como en la selección, cual
si fuera lo nunca visto. Y se atreven a decir, en ocasiones, que no se
explican cómo Emery, siendo entrenador del Valencia, prescindía de Isco a cada paso. Respuesta fácil: porque en el Valencia aún defendía menos que ahora. Que es bien poco.
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