En un momento de la conferencia dada por nuestro alcalde en el salón
de la planta quinta del Hotel Tryp, que se puso a tente bonete, es
decir, "lleno a más no poner", éste se dirigió a su mujer para
agradecerle la mucha paciencia que viene teniendo ella con la parte
menos positiva de él, e inmediatamente se me vino a la memoria la
siguiente anécdota, y que tiene mucho que ver con la vida de los
políticos importantes. Reza así:
Se sabe que "no hay persona
célebre para su ayuda de cámara..." ni para su propia mujer. La mujer
del famoso hombre político francés del siglo pasado exageró un poquito.
Esa mujer no era un portento y había conservado, a pesar de los años y
de la incuria del tiempo, cierta ingenuidad. Entre otras cosas, creía
que el valor, la virtud y la honestidad eran los únicos ingredientes
indispensables para captar éxitos. Por eso no conseguía comprender
perfectamente como el oscuro candidato electoral que había desposado
treinta años atrás, había llegado a ser ministro de la Tercera
República. En la intimidad del hogar le parecía vulgar, vacío,
insignificante.
Ocupada como estaba en discurrir de sus problemas
familiares, se le ocurrió un día, la insólita idea de asistir a una
discusión parlamentaria. Entró en el Parlamento cuando su egregio marido
estaba pontificando desde el banquillo azul. Se sentó, miró y
escuchó. ¡Y comprendió! Comprendió cuál había sido, al menos para su
consorte, el secreto del éxito. El hombre sabía hablar. Sabía decir las
cosas más banales de manera interesante, y las cosas aburridas, de
manera agradable. Era un seductor de profesión. Tenía lo que se llama
"estilo oratorio". Y "el estilo lo es todo", como afirma el gran
estilista francés Flaubert.
No hay duda que el primer momento de la seducción es el arte de saber agradar. Agradar
significa, viene en cualquier manual de redacción, saber hacer
agradable, gracioso y atractivo cualquier tipo de argumentación;
significa persuadir, convencer... Pero el saber agradar supone una
cualidad fundamental. Supone corrección. Pues bien, nuestro alcalde,
basándose en un completo dominio del escenario, es decir, paseándolo muy
bien, discurseó durante tres cuartos de hora sin que nadie bostezara en
la sala. Enumeró logros obtenidos durante sus catorce años en la
alcaldía, sin tener que consultar papeles. Y hasta se permitió el lujo
de sacar a pasear la ironía. Esa burla fina que no es fácil domeñarla.
Juan Vivas,
amén de haber ido adquiriendo confianza como orador, debido a que ha
podido placearse en escenarios abarrotados de exigentes espectadores,
goza de una memoria prodigiosa. Y confiado a ella, se permite el lujo de
ir contando cosas y cosas y más cosas sin perderle la cara al público; o
sea, desparramando la vista hasta la última fila del patio de butacas.
Nuestro alcalde, créanme, está en tan buen momento como orador, que bien
podría hacer un monólogo espectacular donde le diera la real gana. Ni
que decir tiene que su actuación ha sido muy aplaudida. Ante la mirada
satisfecha de su mujer.
Imposible acordarme de todos los logros
obtenidos por el gobierno presidido por Vivas y que éste los fue
enumerando de memoria. Pero fueron muchos. De lo que sí me acuerdo es de
ese momento en el que nuestro alcalde habló de Ceuta y de España: "Mis
dos pasiones", dijo, elevando la voz y poniendo al público
enfervorecido. La campaña electoral ha comenzado. Y yo creo, de verdad,
que el Vivas que yo he visto discursear, este miércoles, será el ganador
de las elecciones. Y es que este hombre sabe hablar. Sabe decir las
cosas más banales de manera interesante, y las cosas aburridas, de
manera agradable. Es un seductor de profesión. Y el estilo lo es todo...
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