No pocas veces he contado lo mucho que me agrada, cuando asisto a
cualquier acto público, deambular de un lado a otro. Participar en los
corrillos. Porque en estas ocasiones el juego es obvio. Se trata de
estar simpáticos, amenos, comedidos en el límite de la espontaneidad.
Así, el miércoles pasado, antes de que Juan Vivas pronunciara su
discurso y también al final del mismo, tuve la oportunidad de
intercambiar impresiones con varios asistentes de los muchos que
acudieron al anunciado acontecimiento, celebrado en el piso quinto del
Hotel Tryp.
Empecé la tarde, cuando ya faltaba nada y menos para
que se hiciera noche, disfrutando de la conversación de dos personas a
las que les tengo ley: son Alfonso Conejo y África, su
mujer. Aunque debo decir, cuanto antes, que con ambos suelo charlar muy a
menudo, sin necesidad de que haya fiesta o reuniones políticas o de
cualquier otro tipo. Me acuerdo perfectamente de lo último que les
dije, porque vino a cuento durante la conversación: "Para no fracasar en
la vida, estimados Alfonso y África, hay una consigna que nunca falla:
"no esperar nada del amigo y esperarlo todo del enemigo".
Aún
tuve tiempo, antes de que nuestro alcalde saliera al escenario, de
acercarme a saludar a los componentes de un corrillo, todos militantes
del Partido Popular, que me habían hecho una indicación para que me
uniera a ellos, y puse todo mi interés en responder a una pregunta que
me hicieron sobre la mala fama que tienen los políticos. Y, claro, lo
hice de carrerilla y, por supuesto, de memoria. Lo cual me resultó la
mar de fácil. Dije lo siguiente: "La política atrae a los sinvergüenzas
como la miel a las moscas. Porque la política es poder, y el poder
dinero, que es lo que buscan esos... Los políticos honrados, que sin
duda los hay, tienen que tener mucho cuidado con sus amistades". No
hubo respuesta alguna.
Fin de la representación de nuestro
alcalde. El cual estuvo largando casi cuarenta y cinco minutos. Alegría
entre sus muchos seguidores. Varios de ellos celebraban cómo el alcalde y
presidente de su partido había sido capaz de improvisar durante tanto
tiempo discurseando. Y yo me sumé a la fiesta con esta explicación: "La
improvisación sin aprendizaje previo nunca conduce a nada, es puro
ruido. Ahora bien, hay que saberse muy bien la lección para permitirse
el lujo de olvidarla y luego ponerse a improvisar". Al parecer, según
aprecié en los rostros de los componentes de ese corrillo, les sentó muy
bien mi respuesta. Mejor así...
Todo iba a pedir de boca, hasta
que se me acercó una pareja, que, según pude colegir, venía dispuesta a
tocarme los adminículos. Lo que me extraño fue que ella, mujer a la que
conozco desde hace la tira de tiempo, y a la que siempre traté de manera
impecable, se dejara acompañar por un tonto con balcón a la calle
-gracias, maestro Burgos-. A quien no es la primera vez que me he
visto obligado a pararle los pies. En esta ocasión, tras unos segundos
de reflexión, le tuve que recordar que el sexo se hace hablando.
También respondí a la pregunta que alguien me hizo sobre la corrupción. Y lo hice parafraseando nada más y nada menos que a Unamuno:
Hoy el deber en España de todo hombre que sepa ser hombre, que sepa ser
ciudadano, y esto es saber y lo demás abyección, es acabar con el
desorden de la corrupción. Y, desde luego, que los corruptos vayan a la
cárcel y, por encima de todo, que devuelvan el dinero. Desgraciadamente,
durante el acto no se dijo ni pío de los corruptos.
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