Un día cualquiera, regresa uno a su casa reventado, después de haber
trabajado duramente, y durante la cena, tiene uno que tragarse las
consecuencias de una crisis económica que ha ido dejando por el camino
más paro, mayor inflación, aumento del déficit, menos afiliados a la
seguridad social, y el miedo terrible a que un día nos digan que en la
caja de las pensiones solamente hay telarañas. La caída de todos los
índices económicos, desde hace un lustro, no han hecho sino generar
pánico; sobre todo, entre la clase media y los que eran pobres, a nativitate, y ahora lo son aún más.
Hay
un auténtico concurso diario entre las diversas cadenas de televisión
para ver quién bate el récord de las malas noticias. Corrupción y
privilegios han venido copando también las noticias de los medios de
comunicación. Aunque la televisión ha sido, como no podía ser de otra
manera, el heraldo de todo lo malo. Y lo ha sido porque la actualidad
manda. Pues no creo que los periodistas fabriquen los hechos negativos.
La
televisión, como decía un amigo, aparentemente es como el tabaco: se
dice que es malo pero no se puede pasar sin él. Tampoco conviene echar
en saco roto eso de que "cuanto más inquietas están las gentes más votan por el poder establecido". Y nada como la televisión para cundir mensajes adecuados a las necesidades de quienes ostentan el poder.
Lo que nos faltaba era un accidente de la magnitud del que se ha producido en los Alpes franceses,
hace días, para darnos cuenta de que es posible deprimirse viendo la
televisión. Y por si fuera poco, ahora se nos informa de la posibilidad
de que haya sido uno de los pilotos del avión de la compañía alemana Germanwings el hacedor de tamaña catástrofe. Y se nos hiela el corazón.
La
vida diaria de todos, por consiguiente, está marcada por ese sombrío
entorno audiovisual que mantiene las razones de quemarnos la sangre.
Expresión muy andaluza. Lógicamente, todos tenemos miedos al porvenir.
Al mismo tiempo, ignoramos absolutamente lo que se podría intentar para
acabar con las calamidades que se acumulan en los cuatro extremos del
planeta y en los seis lados del hexágono. Reina la impotencia.
¿Cómo
sorprenderme, entonces, de que sintamos especial ternura por las
emisiones deportivas? Único terreno en el que, de vez en cuando, las
gentes tienen un aire satisfecho. Porque si siempre existe un perdedor,
inmediatamente tiene que haber un ganador. En eso, los madridistas hemos tenido suerte hasta hace poco tiempo
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