Carlo Ancelotti, ante las críticas recibidas por el mal juego de su
equipo y, sobre todo, porque ni acierta a enmendar los yerros que vienen
cometiendo sus jugadores ni tampoco a imponer la disciplina adecuada, perdió su
tan celebrada flema al expresarse así: "La
mano floja me ha permitido ganar tres Champions". Se le olvidó decir
que tales triunfos los logró con equipos que estaban hechos casi exclusivamente
para ganar ese trofeo. Y lo hacen repletos de grandes jugadores con cuyas
primas por ganar dos o tres partidos, cualquier familia sería rica el resto de
su vida.
De haber estado presente en esa
conferencia de prensa en la que el entrenador italiano decidió sacar pecho, le
habría preguntado si alguna vez se había hecho cargo de un equipo situado en
los últimos lugares de la clasificación y finalizado su trabajo con éxito
espectacular. Que es realmente donde el saber de los técnicos se pone a prueba.
Ya que esa tarea exige todos los conocimientos futbolísticos, habidos y
por haber. Labor, sin duda, que apenas permite errores. Pues en esas plantillas
de equipos mediocres, y mal clasificados, no abundan, precisamente, los jugadores
capaces de resolver partidos sin jugar bien o no disponer de misiones concretas
y acertadas.
Ancelotti llegó al Madrid para
sustituir a un técnico que exige esfuerzo y disciplina a sus jugadores y que
viene demostrando desde hace ya bastantes años que no se arruga ante las
figuras. Ni se arruga ni gusta de dorarles la píldora por sistema. Un técnico
que no engaña a nadie, cuando dice lo siguiente y, además, lo cumple:
"Aquí mando yo". Se lo hice saber a Cristiano Ronaldo, durante
un partido de Champions, frente a un equipo alemán, por sacar de banda sin ton
ni son. Es decir, cuando no le correspondía hacerlo. Y la figura se revolvió
con ira contra él y principió a hacerle la cama a José Mourinho.
Gracias a Mourinho, a su forma de entender el fútbol de contraataque
y a la misión que le encomendaba a CR, éste creció más como futbolista y
encandiló al mundo actuando por la banda izquierda. Situación que beneficiaba a
todos sus compañeros por algo tan simple cual fundamental: los adversarios
tenían que abrirse y dejaban espacios por el centro. Todo lo contrario a lo
que, desde la llegada de Ancelotti está ocurriendo. El equipo juega con
enorme lentitud, permite replegarse a los contrarios, y Cristiano es un
auténtico naufrago, deambulando por el centro, dedicado a hacer de entrenador
en el terreno de juego, y dando órdenes a sus compañeros con malos modos. Tan
desatinada está, la estrella portuguesa, que ni siquiera consigue ejecutar
falta alguna con buen pie.
No tengo el menor empacho en repetir, una vez más, el daño que le hizo al
Madrid ganar la Décima. Pues ese triunfo logrado en la prorroga, tras un final
agónico, sirvió para tapar los desastres cometidos en Valladolid y Vigo. Ambas
derrotas contribuyeron a que el Madrid perdiese la Liga pasada. La que, si no surge
un milagro, volverá a perder nuevamente, después de haberla tenido a huevo gran
parte de esta temporada. Los entrenadores permisibles son, casi siempre,
incapaces de tomar decisiones importantes para su club. Suelen hundir el
trasero en los banquillos y que Dios reparta suerte. Es el caso de Ancelotti.
El Madrid, que cuenta con una plantilla sensacional, es actualmente un
equipo que no juega a nada. No se distingue por jugar bien con el balón al pie
ni, mucho menos, hace uso del contragolpe como arma letal que le ha dado
siempre tan excelentes resultados. Presentarse en San Mamés con Isco, Kroos
e Illarra, en la zona vital del medio campo, para ganarle a los de
Bilbao, sin ayuda de los tres atacantes, ni la salida desde atrás, como soplo
de aire fresco, de algún zaguero central, es inaudito. Ganaron los vascos
merecidamente. Tiraron a puerta dos veces. Una fue gol y otra se estrelló en el
poste. Derrota grave. Y no sólo por la pérdida de los puntos. Sino porque el
entrenador parece que ha perdido el oremus. A pesar de haber ganado tres
Champions. Con su forma de proceder.
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