También se dice "guarda, guarda, que le suenan las choquezuelas". Esta frase es la que pronunció la Vieja del Candilejo, cuando desde su ventanuco vio cómo dos caballeros se batían y uno de ellos mataba a su rival, y cuando el hijo de la vieja quiso salir a recoger el candil que se le había caído a su madre, y a identificar al matador, la vieja le advirtió que no lo hiciera, porque a quien le crujían las choquezuelas al andar, según sabía toda Sevilla, era al propio Rey don Pedro I. La frase se sigue usando en Sevilla para advertir a alguien que no se meta en pleitos con un poderoso, porque puede salir malparado. Es paralela en su significado a otras como "con la Inquisición, chitón", o "con hermandad o cofradía no te metas en porfía".
Uno, desde hace muchos años, sabe a quién le crujen las rodillas en Ceuta. Y cómo hay que estar sobrado de valor para atreverse a llevarle la contraria a un personaje cuyas decisiones han de ser aceptadas. Porque proceden de él. Y no hay más que hablar. Y pobre de quien se atreva a mostrar su disconformidad al respecto. Pues comenzará a sufrir todas las persecuciones habidas y por haber. Y si acaso no es capaz de soportar estoicamente tales ataques, sólo le quedará buscar cobijo en el último rincón de su casa. Con el fin de, al menos, mantenerse vivo. Quien así ejerce su poderío, cual monarca absoluto, aún no se ha dado cuenta de que su poder es representativo y no omnisciente.
En esta tierra hay un político poderoso, debido a que los ciudadanos le han venido votando mayoritariamente cada cuatro años, varias veces, que lleva muchísimo tiempo gobernando solamente para los miembros de su partido y, por supuesto, para todo ese clientelismo que se ha ido generando a su alrededor. Comportamiento el suyo que ha ido engendrando aversiones contra él y contra su partido. Y cuya tirria irá aumentando en la medida que él no se percate de que los tiempos han cambiado y que ya los ciudadanos están hasta los mismísimos de soportar a cagatintas convencidos de que están por encima del bien y del mal. Y, desde luego, debería ser consciente de que estar en la cresta de la ola reviste precariedad.
Cresta de la ola. "Pocas expresiones tan exactas para definir la altura y la precariedad simúltaneas de quien sube como la espuma, impulsado por una fuerza ajena, brilla un instante, y después se desploma". Fuerza ajena, porque, aunque haya méritos suficientes para reclamar la atención, esa forma momentánea de exhibición es siempre provocada desde el exterior y por un interés ajeno, lo cual lo transforma en dependiente, sea con su consentimiento o a su pesar. A la cresta de la ola, como bien dice Antonio Gala, se asciende sin equipaje, y se queda expuesto al oleaje de la mar. Máxime en una tierra en la que los dos mares no son moco de pavo.
Juan Vivas lleva la friolera de casi tres lustros como alcalde. Y está en la mejor disposición para volver a ganar las próximas elecciones municipales. Pero sigue empecinado en proteger siempre a las mismas personas. A las que ya favorecía cuando era funcionario muy principal y las orientaba profesionalmente, de modo y manera que pudieran acceder a beneficios que a otras les era imposible disfrutar. Los nombres de esas personas son harto conocidos. Y gustan, aunque parezca una contradicción, de poner verde a nuestro alcalde en cuanto tienen la menor oportunidad de largar entre quienes creen afines. Y largan, créanme, sin el menor reparo.
Vivas, a quien le crujen las rodillas, haría muy bien en reflexionar sobre si le conviene, tras ganar las próximas elecciones, en seguir gobernando de la misma manera que hasta ahora lo ha venido haciendo. O bien ponerle remedio a los garrafales errores que ha venido cometiendo. De entre los que destacan, amén de sus favoritismos, perseguir sañudamente a quienes no le doran la píldora por sistema. Ya que cuatro años pasan de prisa y corriendo. Y mucho me temo, que una vez desalojado de la cresta de la ola, se vea expuesto a tener que defenderse de cuantos estén esperándole en la orilla de la playa con muestras de desagrado.