El Trofeo Ramón de Carranza, nacido en agosto de 1955, hizo posible que entre lo que quedaba de esa década y la siguiente, los aficionados españoles pudieran comprobar que no se jugaba de igual manera en todos los sitios. Me estoy refiriendo al aspecto táctico. Táctica, antes de seguir, es el método empleado por los entrenadores con el fin de obtener el mayor objetivo existente en el deporte rey: ganar. Mientras que la estrategia es un conjunto de acciones planificadas, a balón parado, con el fin de aprovechar las cualidades propias mediante el conocimiento de las debilidades del adversario.
Durante las primeras competiciones veraniegas celebradas en Cádiz, la organización contrató a equipos españoles y europeos. Hasta que a partir de agosto de 1961 fueron participando conjuntos argentinos, uruguayos y brasileños. Y a todos nos sorprendió que marcaran por zona y que, además, desistieran de hacer uso del llamado líbero; defensa libre de obligaciones de marcaje y con excelentes condiciones de situación para salir a corregir fallos de sus compañeros. Puesto específico que adquirió prestigio gracias a la interpretación que de él hizo Franz Beckenbauer. Demarcación a la que llegó, todo hay que decirlo, porque no había dado la talla en la zona vital del medio campo.
El marcaje zonal de los equipos americanos beneficiaba a los jugadores más veteranos. Quienes se hacían las coberturas con aplicación y menos esfuerzos, evitando, además, que ante cualquier fallo, como ocurría en los marcajes al hombre, las miradas iracundas se cebasen con el futbolista que se había descuidado. De hecho, al margen de lo dicho, el terreno de juego de los estadios de allende los mares, destacaba por tener la yerba alta. Por lo que no podía causar extrañeza que el Estudiantes de la Plata, por ejemplo, fuera un conjunto repleto de futbolistas con muchos años.
Conviene destacar, sin embargo, cómo en los saques de esquina los hombres altos se encargaban de marcar a los adversarios altos. Y era un marcaje al hombre. Eso sí, el área pequeña era territorio del portero. Y pobre de él si no era capaz de dominar esa parcela. Cuando un equipo contaba con un guardameta excelente en los balones por alto, se le alejaba el esférico de sus dominios. En cambio, si no respondía en ese menester, los balones se cerraban, con golpeos a pierna cambiada. No hace falta ser especialista en esta cuestión para saber que los delanteros, en los saques de esquina, cuentan siempre con la ventaja de la carrera.
Válgame tan largo introito para decirles que no entiendo por qué el entrenador del Madrid se muestra furibundo cada vez que le hacen a su equipo gol desde las esquinas a balón parado. Y no sólo los recibe por parte del Atlético de Madrid, cuyos cabeceadores han dado muestras evidentes de ser unos linces en esa jugada de estrategia,. sino que también los equipos modestos se están aprovechando de esa debilidad madridista. Y a los hechos me remito: Córdoba y Real Sociedad han sido los últimos que se han beneficiado de tamaño despropósito. Y lo que te rondaré, morena.
Veamos. En principio, y con el ánimo de proteger a Iker Casillas, un negado en los balones que le llegan por alto al área chica, Carlos Ancelotti ha decidido protegerlo acumulando hombres en ese espacio y poniendo a los más altos en el primer poste. Así, los equipos contrarios han cambiado de estrategia y ahora usan y abusan de los pases precisos a futbolistas que vienen en carrera desde atrás. Y que, lógicamente, gozan de ventaja sobre los defensores. Y, encima, tanto el entrenador como el portero se permiten el lujo de abroncar a quienes no tienen culpa del desastre. En el Madrid, la protección a Casillas se pasa de castaño oscuro. Se mire por donde se mire.